¿QUIÉN FRACASA CUANDO UN NIÑO NO APRENDE?
“El ingreso a la institución escolar implica para el niño una
ruptura con sus modelos de aprendizajes previos, particularmente los
desarrollados en el ámbito familiar. La matriz de aprendizaje y vínculo que ha
construido, en el que el cuerpo y el movimiento se constituían como instrumento
de conocimiento y comunicación, asiento de una experiencia que le permitirá
pensar, fantasear, preguntar, sacar conclusiones, queda radicalmente
cuestionada al entrar en un sistema en el que se privilegia la enseñanza sobre
el aprendizaje” (Quiroga, 1986: 53-54).
Según Cordié, éste suele ser el momento en que el niño experimenta
“un rechazo inconsciente a aprender, a entrar en ese nuevo sistema de
adquisición de conocimientos”, produciéndose una inhibición en su deseo de saber,
en su necesidad de comprender, en su curiosidad, en su placer por el
descubrimiento, en su adquisición de
conocimientos.
De esta manera, comienza a gestarse lo que se conoce con el nombre
de fracaso escolar que, según la autora antes mencionada, se define como
aquella situación “en la que el niño no sigue, porque en la escuela es
necesario seguir: ante todo seguir el programa –que indica lo que hay que
aprender, en qué orden en qué momento–,
seguir a su clase, no alejarse del rebaño” (Cordié, 1990: 9).
Ahora bien, el fracaso escolar es
un problema institucional, no personal. Es decir, el alumno no fracasa, es la
escuela la que fracasa. Más aún, son el sistema, el método, la formación, el
contexto, la sociedad, los que fracasan. A lo sumo, el alumno podrá tener
problemas de aprendizaje y éstos deben ser atendidos por la escuela lo más
tempranamente posible.
Por lo expuesto, resulta imprescindible que la institución
focalice la mirada especialmente en los primeros años de escolarización,
preguntándose cómo ayudar a aquellos niños y niñas que manifiestan dificultades
a la hora de leer y escribir y ofreciéndoles un espacio alternativo al del aula
en donde se puedan optimizar los procesos de enseñanza que allí se producen, procurando
el logro de aprendizajes sólidos y perdurables[1].
Una
forma de hacerlo es mediante la creación de grupos operativos. En la enseñanza,
según Bleger, “el grupo operativo trabaja sobre un tópico de estudio dado,
pero, mientras lo desarrolla, se adiestra en los distintos aspectos del factor
humano. Aunque el grupo esté concretamente aplicado a una tarea, el factor
humano tiene una importancia primordial...”
El
foco debería estar puesto, por una lado, en la alfabetización inicial, ya que
la misma es un bien cultural que se constituye en la estructura
inicial y condición para la apropiación de todos los otros bienes culturales. Y
por el otro, retomando algunas conceptualizaciones de Cordié, en la superación de
las sensaciones de subestimación, desvalorización o desprecio que suelen sentir
los niños y niñas ante una situación de “fracaso escolar”.
Mediante la conformación de estos grupos se busca superar la
concepción de lo diferente como anomalía, idea que proyecta sobre la
alfabetización inicial una mirada patologizante que en lugar de preguntarse por
el modo de enseñar enfoca los problemas de los alumnos y las alumnas con la
lengua escrita y la lectura como exponentes de dificultad individual o
trastorno de aprendizaje. Asimismo, se busca cuestionar la propuesta
metodológica, las estrategias y los recursos que ponen en juego los docentes al
alfabetizar, las cuales, si bien en la mayoría de los casos, contribuye a
desarrollar armónicamente y en profundidad estos tipos de conocimientos, en
ocasiones puede llegar a reducir el aprendizaje a los aspectos más mecánicos
del sistema de escritura, generando de esta manera efectos no deseados de
banalización de contenidos, lentificación de los aprendizajes y cristalización
de errores conceptuales que contribuyen al fracaso alfabetizador.
Estos espacios se convierten, por lo tanto, en espacios de
“enseñaje”[2] en donde los
integrantes del grupo “aprendan a pensar, (...) a observar y escuchar, a
relacionar las propias opiniones con las ajenas, a admitir que otros piensen de
distinto modo y a formular hipótesis en una tarea de equipo” (Bleger, 1987: 61;
69).
BIBLIOGRAFÍA:
- BLEGER, J. Grupos operativos en la enseñanza. En Temas de Psicología. Entrevista y grupos. Bs. As. Nueva Visión. 1987.
- CORDIÉ, A. Primera parte de Los retrasados no existen. Bs. As. Nueva Visión. 1990.
- QUIROGA, A. El sujeto en el proceso de conocimiento. En Enfoques y perspectivas en Psicología Social. Bs. As. Ediciones Cinco. 1986.
[1]
Cfr. Programa Todos pueden aprender. Unicef Argentina y Asociación Civil Educación para
todos. Declarado de interés educativo por la Secretaría de Educación del
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, por Resolución Nº 105/2006.
[2] Neologismo utilizado
para expresar la relación dialéctica entre el proceso de enseñanza y el proceso
de aprendizaje.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario